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Sesión 1 – Toma 1
Son las 9 de la mañana de un domingo en Buenos Aires. Hemos convenido asistir antes para presenciar el montaje de la tarima y de los gazebos. La mañana fresca de diciembre permite que respiremos el aire cargado de flores de tilo mientras bajamos las escaleras de la plaza.
El set de Cuéntame Venezuela es un espacio de dos por dos, sin paredes, más que la rampa de cemento que sube hacia la Avenida Alcorta. Suenan las voces de los voluntarios que, madrugadores, se valen de sus primeras fuerzas del día para dar aún más.
(…)
“Por acá falta electricidad, hay que tirar más cables.”
Mientras Nacho y yo armamos el set de grabación, siento el clamor de mi alma, ese que hace tres años despertó un documental con testimonios anónimos hablando del amor, del dolor, de la familia, del trabajo, de la dignidad, de la nostalgia.
Con delicadeza comienzo a colgar la tela negra que servirá de fondo para las entrevistas. Ese telón será un protagonista más de estas historias. Una tela negra que sirve para enmarcar las palabras y el luto que cargamos los venezolanos, ahora que estamos lejos de nuestra tierra.
(…)
Más de 161.495 venezolanos, según datos del Censo 2022, residen en la Argentina.*
Siete almas convocó el espíritu de mi relato, se sentaron frente a mí y me regalaron lo más valioso que tienen: su tiempo, para compartir en unos minutos ese ser amado que dejamos lejos, esas texturas de infancia, esa calidez y ese abrazo que buscamos y encontramos hoy en los ojos y en los corazones porteños. Y yo les escuché, y registré atentamente sus latidos, sus sentires, queriendo ser cuidadosa y amable, y sobre todo cómplice, compañera. Ser una cara franca que escucha y se deja llevar por sus historias, y se conmueve con ellas.
Y las llora también.
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“¡Levante la mano el de los Leones del Caracas!”
Tengo mil años fuera de Venezuela, pero su música empieza a sonar y es una invitación a sentir, a despertar de este invierno dormido de la vida que un día se me llenó de nostalgia, esa nostalgia que sé que me acompañará por el resto de mis días. Porque ahora soy de allá cuando estoy acá y seré de acá cuando vuelva.
A la pregunta “¿Qué es Venezuela para tí?” irrumpe una ola inesperada, como las de la marea de Cata por la tarde, cuando se pone brava y te revuelca. Pero tu sales airoso, porque el mar Caribe te devuelve una y otra vez a la arena mojada. Te suelta, te deja ir, aunque nunca deja de acompañarte.
Y cuando los ojos y el pecho se llenan de lágrimas, allí estoy yo, llorando contigo. Porque tú y yo compartimos ese peso dulce que tienen los recuerdos, porque somos migrantes, porque venimos del mismo lugar.
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Actualmente, el 53% de los venezolanos radicados en la Argentina (84.834) residen en Capital Federal. *
Terminan las entrevistas y me zambullo en el festival. Registro voces cercanas, conocidas o no, percibo aromas familiares, pruebo sabores de mi patria. Yo soy Venezuela, Venezuela soy yo. Y ambas sentimos profundamente, latimos en sincronía, avanzamos juntas, juntas nos reinventamos.
Venezuela Siente.
Yo siento Venezuela.
Siento su calor en mi vientre, porque en su selva nacieron mis hijos. Porque en sus pueblos viví mi adolescencia, y bajo el arrullo de sus canciones se acunó mi niñez. Siento su vientre lleno de prodigios, madre de maestros y maestras de la alegría, de la vida, del amor, de la esperanza.
Cae la tarde y un grupo de chiquilines se sube al escenario y canta y toca las mismas canciones que yo canté y toqué alguna vez. Las mismas que llenaron a mis padres de orgullo cuando me subí, una navidad de los ochentas, a una tarima en la plaza de Chacao. Cuando contra todo pronóstico vencí mi timidez y tomé el micrófono para cantar un aguinaldo.
Golpe bajo. Lloré de nostalgia y no me dió vergüenza mostrar mis lágrimas y abrazar a mis compañeros de Alianza por Venezuela. Juntos como hermanos, hechizados por las gaitas, arrollados por la crudeza de la distancia.
(…)
“Felicito a los que se quedaron hasta esta hora. ¡La rumba sigue, señores!”
Y llegó la noche, con una luna llena que, cual faro vigilante, nos acompañó desde el este, naciendo sobre el Río de la Plata, y asomando su cara de arepa brillante, diciendo que daría luz para rato, que nos quedáramos, que disfrutáramos, que mañana sería otro día, la vuelta a la rutina del migrante, con los acentos a los que ya nos vamos acostumbrando, ya sea en el bondi, en el subte o charlando con el tachero.
Y desperté al día siguiente, con la luz y el aroma de mi Venezuela en mi piel. Llenita de sabrosura, de orgullo y de la fuerza de mi gentilicio.
Venezuela amada: sigue latiendo, sigue sintiendo.
Algún día me verás volver.
Alé
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